miércoles, 13 de mayo de 2009

La Bicicleta de Leonardo

Soy lector de novela negra. Un género que descubrí primero por Boris Vian, Escupiré sobre vuestra tumba o Con las mujeres no hay manera, y de la que me enganché rápidamente gracias a autores como Vázquez Montalbán, Los Mares del Sur o Asesinato en el Comité Central, Eduardo Mendoza, con el mítico detective Celedonio de El laberinto de las aceitunas, Petros Markáris y el corrosivo comisario Jaritos, el neoyorquino Paul Auster, o la espectacular Yasmina Khadra, pseudónimo del escritor argelino Mohammed Moulessehoul. Creo que Las sirenas de Bagdad y El atentando debian ser de lectura obligatoria en las escuelas.


Paco Ignacio Taibo II, otro de mis autores de cabecera, definió muy bien el género: "Una novela negra es aquella que tiene en su corazón un hecho criminal y que genera una investigación. Lo que ocurre es que una buena novela negra investiga algo más que quién mató o quién cometió el delito, investiga a la sociedad en la que los hechos se producen. Empieza contando un crimen, y termina contando cómo es esa sociedad" (Entrevista con Ana Salado en Abc Cultural.1.Julio.2000 ).


De Paco Ignacio Taibo II ya publiqué un extracto de su novela Cuatro Manos en el blog, donde cuenta un partido entre los Lakers y los Celtic's de los '80. Una conexión perfecta entre la literatura y el baloncesto.

En La Bicicleta de Leonardo, editorial Txalparta, un periodista e investigador mexicano, José Daniel Fierro, intenta esclarecer el secuestro y la posterior extracción de un riñón de una jugadora de baloncesto femenino yankee, de la que se enamora al verla por televisión. Mientras, otras historias se cruzan en el libro: las revueltas anarquistas y los enfrentamientos contra los pistoleros de la patronal en la Barcelona de principios del siglo XX, o el invento de Leonardo da Vinci de la bicicleta, cuatrocientos años antes de tiempo.

Os dejo con un aperitivo de un libro absolutamente recomendable:

Solamente cuando prendió la televisión para ver un partido de baloncesto femenino de la liga colegial norteamericana, encontró José Daniel Fierro la paz que tenía perdida, y sintió que había hallado una manera digna de celebrar un cumpleaños fatídico que lo acercaba a la vejez.

Su afición por las basquetbolistas gringas era el resultado de una acumulación de accidentes, todos ellos con marcado acento telenovelero. [...]



Las Texas Long Horns, eran un prodigio de furor [...] Pura pasión, pasión pura. Peleaban cada pelota como si les fuera la vida, discutían con los árbitros cual si estuvieran permanentemente dominadas por un maligno cólico menstrual, festejaban los tantos con aullidos, se burlaban de las adversarias, enviaban besos a los tendidos dirigidos a sus fans adolescentes más repletos de acné, fallaban los tiros fáciles y lograban la jugada imposible.

Las adoraba.

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