Señalaba Bertomeu que “una competición nacional con más de 14 equipos no tiene sentido”, o que “hay que crear sistemas más estables y controlados de competición en el que el mérito deportivo no sea el único elemento a tomar en cuenta para clasificarse”. La cuestión se refiere a la intención de la Euroliga de contar para su competición con cuatro invitados fijos de la ACB (Barça, Real Madrid, Baskonia, y Unicaja) que accederían a la disputa del torneo sin tener que demostrar mérito alguno en la competición local.

La ACB ha reaccionado con lógica, defendiendo a los clubes que la componen, y poniendo el grito en el cielo contra la posibilidad de que los méritos deportivos no tengan valor a la hora de jugar en la competición más importante del continente. Eduardo Portela contestó a Bertomeu: “Parece que la idea de este organismo (Euroliga) es, desde hace algunos años, minimizar a las ligas nacionales para de esta manera acaparar todo el poder”.
Conocido es que los modelos de organización están basados en criterios empresariales por encima de los deportivos, que la grandes referencias son la NBA y las ligas de fútbol, y que la venta del producto (televisiones principalmente) no es todo lo satisfactoria que ambos desearían.
El éxito de la inversión de la ACB por dotarse de un cuerpo estructural sólido, con múltiples servicios asociados, y con sobresaliente capacidad competitiva es evidente. 25 años después de su fundación nadie le tose en Europa. La Lega italiana dejó de ser un peso pesado para convertirse en una sombra de lo que fue, la liga griega es un juego de dos, la rusa ni eso, y el resto de competiciones no alcanza un nivel mínimo de calidad.
La Euroliga sueña con cerrar una competición entre las potencias económicas del continente, prácticamente estática, y que pueda generar novedades a base de inversiones sustanciosas. Si además se logra en un futuro no muy lejano se disputen los partidos los fines de semana (como quieren muchos equipos europeos), el sorpasso es casi perfecto.
Pero hay un problema. La ACB sí funciona, sí que atrae a mucho público a los pabellones, y sí que genera sorpresas deportivas, aunque Bertomeu no quiera reconocerlo. Y lo que es más grave, si acepta la imposición de la Euroliga desvirtúa la propia lógica de la justicia deportiva: no siempre gana el que más dinero tiene, si no el que mejor juega. Por no hablar de que en éste país hay casi tanto baloncesto de calidad como ciudades, y que eliminar a cuatro no es buena política.
Un último factor que tangencialmente, y de forma importante, atraviesa el conflicto son los medios de comunicación. A pesar del éxito de público en las canchas, la ACB no logra asentarse en unos niveles de audiencia televisiva decentes. Hay varios motivos y diversas opiniones al respecto. Ya lo traté en éste blog en su momento en varios capítulos que se pueden consultar. Pero es que además el resto de medios tampoco está a la altura de las circunstancias de un país donde el baloncesto es un deporte con un muy considerable número de fichas federativas y aficionados.
No leo la prensa deportiva habitualmente (salvo la Revista Gigantes), pero el viernes mientras me tomaba un café me quedé de piedra al leer en el Diario AS la columna de Tomas Roncero. El periodista disparaba a los dos protagonistas principales de esta historia, a Portela y Bertomeu. Pero al segundo le daba estopa con el siguiente argumento: “Una competición que no ha conseguido en sus diez años de historia que el Madrid haya jugado una sola Final Four, demuestra su falta de inteligencia”. Si ya estaba decepcionado porque la mayoría de medios generalistas dedica el 90% de su espacio al fútbol y apenas se acercan al baloncesto, y cuando lo hacen es para reproducir lo que ya se mueve en las redes (una visión a cómo trata los deportes The New York Times sería recomendable), la lectura del artículo me sumió más en la decepción. ¿El fallo de las debacles europeas del Madrid es del organizador de la competición? ¿Eso hay que cambiarlo desde arriba? En fin...
Volviendo a las televisiones, no sé si es necesario recordar que los niveles de audiencia de la NBA, en EEUU, están por debajo de los de la NCAA. La liga universitaria (y el valor de la competitividad más cercana) ha cerrado recientemente un nuevo acuerdo televisivo con la CBS para los próximos 14 años con un valor económico impresionante. Los que hemos seguido el último March Madness, al igual que en la NBA, sabemos que el producto está perfectamente cuidado y producido. En Japón le dan tanto valor al envoltorio como al regalo. De tal manera que lo primero es un arte. Aquí no. Ni siquiera la Copa del Rey, que es un acontecimiento deportivo y social espectacular, está bien aprovechado como producto televisivo.
En cualquier caso la cuestión está en los tribunales de justicia. Donde, según parece, ninguno de los dos modelos empresariales-deportivos quiere estar.
Veremos qué ocurre, pero el asunto afecta a muchos seguidores, equipos, e implicados de diversa condición con el baloncesto que se juega por aquí.