lunes, 24 de diciembre de 2012

"El partido que cambió la historia"

En estos mundos que habitamos hay distintos tipos de periodistas. Antonio Gil (Madrid, 1981) pertenece a los que dedicados profesional y pasionalmente al baloncesto no dudan en convertirse en aliados cada vez que se comparte tiempo con él. Yo le conocí en persona por primera vez cuando preparaba mi libro El Ritmo de la Cancha haciendo entrevistas en Nueva York. Más tarde tuve la suerte de trabajar y convivir con él, en una experiencia sensacional, rodando un documental en Nueva Orleans sobre Greivis Vasquez.

Antonio Gil, entre otros asuntos, es corresponsal en NYC de la revista Gigantes del Basket, colabora en medios como basket4us.com y es analista de la NBA para CNN en español. Ahora ha publicado con Ediciones JC el libro El Partido que Cambió la Historia, un libro que trata de acercanos al streetball neoyorquino a través de lo ocurrido una noche de julio en una de las canchas de baloncesto más míticas de La Gran Manzana.


Pregunta: Describe cómo es el entorno urbano de la cancha de Dyckman.

Respuesta: Washington Heights es uno de los barrios más peculiares de Manhattan, colindando con la frontera del Bronx. Dyckman es un pequeño reducto de de la República Dominicana en New York, al estilo del poblado de Astérix en la Galia. Sus gentes, la música, los carteles, los comercios… Nada que se puede encontrar del mismo modo en ningún otro rincón de NYC.

P: Joe Pope dijo que Dyckman es “la alfombra roja del baloncesto”, ¿por qué?

R: Durante el verano de 2011 todo el mundo quería jugar allí y quien no jugaba quería estar en la grada. Los mejores jugadores NBA, NCAA, overseas y amateur se pasearon por Dyckman ante la atente mirada del famoseo más exagerado de toda la historia del torneo. Dyckman era el sitio donde estar aquel verano.

P: Alguna gente piensa que el streetball es una especie de baloncesto callejero en el que “vale todo”, cuéntanos (brevemente) cómo es la escena del streetball neoyorquino.

R: Es el baloncesto más exigente que jamás he visto, tanto en canchas de cemento como en pabellones profesionales. Si juegas en New York tiene que darlo todo o si no mejor quédate en casa porque nadie tendrá piedad de ti. El concepto pachanga, tan mal utilizado en España para definir partidos y torneos de streetball, no existe en NYC. El más amistoso de los partidos acaba convirtiéndose en una batalla por lograr la victoria.

P: ¿Hay un reglamento específico?

R: Dependiendo del torneo se juega con reglas NBA o NCAA. Estamos hablando de baloncesto normal y corriente, como el de cualquier liga del mundo, con la preciosa peculiaridad de que se juega al aire libre. Los torneos organizados cuentan con marcadores (normalmente electrónicos), árbitros, cronómetro… Un partido de baloncesto al aire libre, sin las tonterías que los medios quieren vender como streetball de vez en cuando.


P: ¿Qué papel juegan los entrenadores?

R: Exactamente el mismo que juega cualquier entrenador en cualquier equipo profesional. En los torneos de streetball además el entrenador hace las veces de general manager y consigue los jugadores que estarán a sus órdenes. Él hace los cambios, pide los tiempos muertos, dice quién manda en la cancha y ordena a los jugadores. Y a veces grita hasta la saciedad a los árbitros para intentar llevárselos a su terreno.

P: Algunos de los jugadores más reconocidos del streetball neoyorquino han pasado por la liga ACB o LEB sin excesivo éxito, ¿por qué ocurre esto?

R: No todo jugador de baloncesto está preparado para jugar de forma ‘organizada’ y sobre todo para hacerlo bajo el encorsetado ajedrezado de sistemas ofensivos y defensivos que convierten al baloncesto ACB/LEB/FIBA en general en pura matemática castrada de libertad de movimientos y creatividad en muchísimos casos. Si en Estados Unidos se nota la diferencia de jugar en high school a hacerlo en la NCAA y de ésta a la NBA, imagina saltar de las calles al baloncesto FIBA.

P: El lockout de la temporada pasada fue una buena oportunidad para ver a algunos de los mejores jugadores de la NBA en los torneos de verano de NYC. ¿Cómo repercutió su presencia en la escena del streetball?

R: El lockout fue una tremenda jodienda para el baloncesto NBA y al mismo tiempo una bendición para los torneos de streetball de New York, en los que los jugadores profesionales se dejaban ver noche sí y noche también, reaviviando una escena streetball un tanto apagada en los años anteriores.

P: Como periodista, ¿crees que el streetball está olvidado por los medios o que está en el lugar donde quiere estar?

R: No está olvidado porque casi nunca se le tuvo en cuenta… pero casi que mejor. Los medios tienden a prostituir al streetball y travestirlo a lo que ellos quieren vender como algo que parece que inventan los propios medios cuando le prestan un mínimo de atención. El streetball es algo que nació en las calles y pertenece a las calles. No necesita de nadie que venga a decirle si lo está haciendo bien o no. No necesita de repercusión mediática por siempre ha vivido del mejor medio de comunicación que existe: el boca-oreja.


P: ¿Qué pasó el 20 de julio de 2011 en Dyckman?

R: Que un partido de baloncesto entre los dos equipos favoritos para llevarse el torneo cambió la historia del streetball por completo. Nunca antes hubo nada parecido y nunca jamás lo habrá de nuevo. Por ‘hype’, repercusión, involucración, talento… Cualquier parecido con algo vivido anteriormente en un playground de NYC es sólo producto de la imaginación de quien quiere restar importancia al encuentro que puso nuevamente a Dyckman en el mapa y lo encumbró como el posiblemente mejor torneo de la historia en aquella edición.

P: ¿Por qué el libro y cuál ha sido el proceso de elaboración del mismo?

R: Porque era algo que tenía pendiente conmigo mismo y con el streetball de NYC después de muchos años seguidos empapándome de él, sus historias, sus personajes y convirtiéndolo en mi pasión con mayúsculas. Después de viajar cada verano durante muchos años a ver partidos, jugarlos y conocer gente, decidí que era el momento de darle una enésima vuelta de tuerca a un proyecto de libro sobre el streetball de New York en el que llevaba años trabajando y presentar al público español la auténtica maravilla que vive en las calles de la meca del baloncesto, en la que The World Most Famous Arena no es el Madison Square Garden sino la cancha en la que cada niño juega con un balón soñando que anota sobre la bocina una jugada que él mismo narra jugando en solitario.

PD: El próximo jueves 27 de diciembre, a partir de las 12:30h presentamos El Partido que Cambió la Historia en la tienda del Club Estudiantes, en la calle Serrano 127 de Madrid. ¡Nos vemos allí!

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ganar era de Horteras

El patio del Ramiro de Maeztu era tan grande que cuando uno llegaba a la universidad no había excesivas sorpresas. Lo comenta Guillermo Ortíz en su libro Ganar es de Horteras, y es un recurso recurrente en alguna conversación de ex ramireños universitarios o ex universitarios ramireños. Como en todos los grandes espacios, la diversidad constituía la comunidad. Así uno podía preferir las palmeras de chocolate o los bocadillos de tortilla de Geni; los Pablos Martínez o los Nachos Azofra; las pachangas en el mini o las partidas de mus al sol bajo la sombra del laboratorio de Ciencias y el esqueleto de Garibaldi; las pellas hacia El Corte Inglés o hacia el CSIC; las clases del Figurín o las del Mortadelo; incluso, por increible que pueda parecer, uno podía ser seguidor del Real Madrid de fútbol. Se trataba en toda regla de un patio de vecinos, homogéneo en el seguimiento a un equipo de baloncesto -el Estudiantes- pero múltiple en cuanto a afinidades, amistades y gustos.

Ganar es de Horteras es una visión desde un ángulo del patio. El de un seguidor del Estudiantes, que además estudió cuatro años en el Ramiro. Lo dice varias veces el autor, habla de su percepción y de las de sus amigos. Lo que entonces era para él “todo el mundo”.

Guillermo Ortíz nos cuenta los años que trascurrieron entre el reinado de John Pinone y el descenso de la temporada pasada a los infiernos en Estudiantes. Años algunos más dorados que otros, pero donde se fraguó parte de la mística del club de 'patio de colegio'. En esa secuencia desfilan jugadores como Russell, Montes, Winslow, Herreros, Antúnez, Aísa, Vandiver, Brewer, Loncar, Carlos Jiménez... Lo hace aportando en paralelo los acontecimientos que sucedieron en la calle Serrano 127, muy especialmente alrededor de todo lo que gravitaba entorno a las plantillas que él y su familia veían desfilar cada partido desde la grada. Y lo hace con una visión fina y atenta al detalle. No sólo del Estu sino de los entornos más conocidos del baloncesto ACB de aquella época. Algo que el lector que conozca aquellos tiempos sabrá agradecer. En ese recorrido deportivo hay momentos especialmente brillantes, como cuando cuenta el derbi tras la muerte de Fernando Martín donde los recuerdos de ese día y la escritura de Ortíz logran que el lector, al menos en mi caso, se emocione.

Ocurre que el libro también nos narra los amores y desamores de Guillermo, así como parte de su intra historia familiar, en relación con el Estudiantes, pero no sólo. En ese otro libro sentimental que discurre en paralelo, uno tiene la sensación de moverse a medio camino entre Aquellos maravillosos años y Cuentamé como pasó. Un género literario que exige mucho feedback con el lector, algo que no es fácil si se ha habitado en la otra punta del patio. Así uno logra empatizar con algunos de los senderos más apegados a Aquellos maravillosos... y tiene ciertas dudas, especialmente con los entornos sociales y políticos que se cuentan, como ocurre en Cuentamé. Mucho más para quien, como yo, no tenga ni idea de lo que es un Match Day II. Esa parte del libro, con un orden de acontecimientos algo confuso, se percibe de forma más extraña y ajena. Pero es que el Ramiro era muy grande y diverso.


En el libro de Guillermo, exelente periodista por cierto, hay ausencias, o pasajes que se quedan excesivamente cortos si alguien busca la historia, especialmente fuera de la cancha, del Estudiantes. Pero el libro no trata de ser un memorandum detallado de lo ocurrido, si no de un relato muy personal de un tiempo vivido contado en primera persona. Aunque desde La Cruz -y me atrevería a decir desde parte de los genéticamente EGB's- se veían las cosas de manera distinta. Pero es bueno saber cómo lo veían otros, para confirmar que afortunadamente nunca fuimos “todo el mundo” ni en el patio, ni en la grada, ni cuando íbamos de marcha.

Ganar es de Horteras es parte de una fotografía a la que siempre merece la pena echar un vistazo para conocer mejor el tiempo del que se esta hablando. Un libro que además es la presentación en sociedad de la editorial Cestos de Melocotón, nombre tras el que se encuentra la revista Cuadernos del Basket, que pretende hacerse un hueco en eso que se llama ahora baloncesto para leer. Una buena noticia que sin duda acompaña la publicación de este manuscrito.

Eso sí, no me resisto a decir que algunos de los pobladores de ese inmenso patio todavía andamos queriendo saber lo que es la vida.

PD: El libro se puede comprar a través de ganaresdehorteras.com.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Alicia Alfonsín y Damián Cabandié

Alicia Alfonsín comenzó a jugar al baloncesto a los siete años en el Club Deportivo y Social Colegiales. El Club que la pillaba más cerca de su casa, casi a la vuelta de la esquina. Según un directivo del Club era la que más puntos anotaba, la mejor del equipo, con mucho estilo tirando tiros libres.

Damián conoció a Alicia cuando fue a interpretar una obra de teatro a Colegiales. Aquel era un espacio que combinaba actividades deportivas con otras sociales, pensadas para el encuentro entre vecinos, amigos, conocidos, aficionados... Un lugar donde divertirse y pasarlo bien alrededor de placeres de la vida, como hacer deporte o teatro.

Alicia y Damián se casaron. Tenían 17 y 19 años respectivamente cuando el 23 de noviembre de 1977 desaparecieron. Alicia estaba embarazada de seis meses. Se sabe que fueron enviados a centros de detención clandestinos llamados El Banco y El Atlético, más tarde Alicia fue enviada a la ESMA, la temible Escuela de Mecánica de la Armada argentina que funcionó como centro de detención y torturas. El hijo de ambos, Juan, nació en marzo de 1978. Vivió 20 días con su madre.

Ocurrió durante lo que la Junta Militar que tomó el poder por la fuerza en Argentina en 1976 llamó 'Proceso de Reorganización Nacional', que duró hasta 1983. El general Videla no tuvo inconveniente en teorizar en público sobre lo que ocurrió con una muchacha llamada Alicia, de 17 años de edad, que jugaba al básquetbol, con Damián y con otras 30.000 personas más detenidas-desaparecidas. Así lo explicaba el general: “No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos”, dijo Videla. La teoría del sufrimiento inmenso por el desaparecido la realizó Hitler muchos años antes.

Juan creció sin conocer quienes fueron sus padres, empotrado en una familia que no era la suya. Jugó al hockey y portaba el mismo número que había llevado su madre como jugadora de básquetbol. Pero él no lo sabía. Con 26 años conoció a su gente, a su verdadera familia. A sus abuelos, a sus tíos, a sus raíces. Y su universo cambió en aquel momento. “Digamos que en circunstancias totalmente distintas y en lugares totalmente distintos, tuvimos una vida similar, la vida de club, la vida social de club. Y la constancia de ir a entrenar, de jugar cada fin de semana” cuenta Juan. Como él miles de niños fueron arrancados de sus padres. Algunos sobrevivieron porque sus balas se las tragó un adulto que le protegió con la espalda y con la vida de la muerte.

En el Club Deportivo y Social Colegiales se sigue jugando al básquet y hay carteles que ofertan inscripciones para muchachos de ambos sexos. Además hay otras actividades deportivas y culturales. La sede que sirvió como escenario para algunas de las secuencias de la película Luna de Avellaneda (2004) de Juan José Campañella. La misma donde se concocieron Alicia y Damián.

A ellos, como a Matías, a Cristina, a Mariano, a Otilio... los desaparecieron cuando estaban en una pizzería, en un autobus, en medio de una clase de filosofía o cuando estaban cenando con sus amigos. El tiempo se detuvo entonces. Algunos jugaban al básquet, otros al rugby, hockey o fútbol. Lo cuenta Gustavo Veiga en el libro 'Deporte, Desaparecidos y Dictadura' de ediciones al arco.

Un manuscrito imprescindible que, como cuenta Ariel Scher en el prólogo, indaga en las huellas de personas forzadas a desaparecer de su tiempo y del de sus seres queridos, “porque todas estas huellas que Veiga buscó con el oficio (de periodista) y encontró con el alma constituyen un homenaje”. Así sea.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El derby de ayer y El Ritmo en Barcelona.

Hay un debate en los foros colegiales alrededor del partido de ayer. Tiene que ver, en buena parte, con cuestiones técnicas, de estrategia o de finura interpretativa. En algún caso también sobre la grada y las presencias visitantes.


Ilustración de Enrique Flores.

Sobre lo primero no seré yo quién me ponga a hacer excesivas disquisiciones, toda vez que la diferencia de presupuesto (plantilla) es el resultado final de todas las ecuaciones posibles. Aún así sólo hay que ver las diferencias en cada cuarto para apreciar que el Estudiantes compitió y que ambos equipos regalaron una primera parte que valía la entrada al partido, mucho más cuando con cierta regularidad aparecen resultados en la Liga ACB que tienen raquíticos resultados.

Los derbys cuando caen del lado del más débil es mejor que no sean habituales, porque así alimentan la épica de los que ocurrieron. Algunos nos acordamos del de las tres prórrogas en el Magariños, otros de aquellos playoff memorables, también de aquel mítico cruce de Copa del Rey y muchos más del de la canasta de Gonzalo Martínez o el de Pancho más triple y mate de Daniel Clark. También del ocurrido la temporada pasada con una banda de jugadores que al menos regaló una alegría en una annus horribilis.

En baloncesto las afinidades están sujetas a diversos motivos. Todos válidos y respetables. Si mañana en un entreno de cualquier lugar del país hay un chaval o una chavala que quiere imitar el caño (voluntario o no) de Sergio Rodríguez, pues bienvenido sea al club de los amantes del baloncesto espectáculo. De igual manera que habrá otros que soñaran que un día será su oportunidad ganar al Madrid ante su gente y su afición. Aún a sabiendas de que al rico para torcerle el gesto hay que ganarle desde la más alta de las exigencias y suertes. Bueno es que así sea.

Pero también habrá que valorar otras cuestiones. En un vídeo promocional del partido un chaval de la cantera señala “a mí no es que me guste mucho el dinero yo sólo quiero divertirme” y una chica añade poco después, en referencia a la afición del Real Madrid, “en los partidos no paran de decir tacos”.



Estoy seguro que Sergio Rodríguez, y otros madridistas, además de por dinero, juega para divertirse y que habrá aficionados merengues que les desagrade el insulto como forma de estar en la grada. De igual manera que habrá algún jugador del Estudiantes que para divertirse preferirá el Parque de Atracciones y que en nuestra grada hay zangolotinos. Pero estos chavales han dictado perfectamente la filosofía política y emocional que nos mueve a la mayoría de gente que nos juntamos alrededor del Estu.

Yo me quedo con el excelente manifiesto de estos chicos porque resume a la perfección mi forma de entender el Estudiantes, aunque a veces “no gane ni a las canicas” y porque “ir con los que ganan es muy fácil”.

Palabra de (D)emencia en el derby de ayer y siempre, con independencia de lo que señale el marcador. Así sea.

PD: Esta semana estoy en Cataluña presentando El Ritmo de la Cancha:

Miércoles 12, a partir de las 19:45 en Alibri Llibreria de Barcelona, con Robert Álvarez (El País) y Julián Felipo (Mundo Deportivo).

Jueves 13, a partir de las 19:30 en La Ciutat Invisible de Barcelona.

Viernes 14, a partir de las 19:30 en Synusia Llibreria de Terrassa.