El Palacio de los Deportes de Madrid
presenta grada abarrotada y ganas de buen partido. Sin menospreciar
pruebas anteriores, lo que queda claro es que Francia es un equipo
con galones. No sólo por lo que presenta en pista, que ya es, sino
también por lo que tiene guardado para citas más determinantes.
Tony Parker es un tipo que te puede romper un partido con dos
cambios, tres tiros y cuatro asistencias. A pesar de las ausencias,
el encuentro mantiene las señas del clásico europeo, lo cuál habla
bien de un baloncesto continental más fresco que en décadas pasadas
donde el bigote, el hacha y el músculo era lo que predominaba. Ahora
hay más cintura y eso se agradece. Para muestra Batum.
Horas antes del partido contra Francia,
en un restaurante cercano al Palacio, un chaval algo tímido se
acerca a la mesa en la que nos encontramos comiendo. Su padre le ha
comentado que ese tipo tan alto que disfruta de una excelente
gastronomía fue en su día uno de los jugadores más importantes del
país. El chico pide una foto para tener testimonio del encuentro.
Fernando Romay no duda en posar con el chico, sonreír a la cámara y
soltar unas bromas. Guillermo se marcha encantado, la familia vino
desde fuera de Madrid para disfrutar de un partido de baloncesto con
mayúsculas. En 1984 tras aquella madrugada de plata, Juanito
Corbalán decía al pisar Barajas: “El futuro va a estar complicado
después de ganar la medalla, porque el público va a exigir mucho
más”. Aquello es historia. Por entonces nuestra selección se
dividía prácticamente entre Barça y Madrid. Ahora en el cinco
saltan cuatro que juegan en la NBA y nadie repara como algo
excepcional que no haya un sólo jugador del Barça en la
selección. La diversidad de la calidad, jugador por jugador, es una excelente señal.
El día antes del encuentro la
selección hacía trabajo físico en el Triángulo de Oro, el
pabellón donde habitualmente se entrenan cuando vienen por la
capital. El ambiente es distendido y se percibe que hay confianza en
el grupo. Igualmente el cuerpo técnico -Juan Antonio Orenga, Jaume
Ponsarnau y Jenaro Díaz- proyectan planificación colectiva y espíritu de colaboración. El
punto de este equipo que irá dentro de unos días a Eslovenia a
jugar el Eurobasket, visto desde fuera, es precisamente ese, la distensión y el apoyo
mutuo. El producto esta elaborado (en esta ocasión) para que no haya
excesivas reprimendas y con la garantía acumulada de los últimos
años, lo que uno intuye es que hay una baza determinante que se
mantiene en el grupo: la confianza. Algo que no es un asunto menor
toda vez que equipos con títulos nobiliarios en el róster se han
estrellado cuando se han visto juntos. La distancia con el año 84 es
abismal.
En la bancada de la prensa están
sentados Alejandro, Fernando y Andrés, entre otros muchos. Hay un
significado importante, el equipo sigue atrayendo, la propuesta
genera interés y el resultado global es una incógnita. Material
suficiente para el periodista no condescendiente y de honradas
consideraciones críticas. Al contrario de las estridencias que
genera el deporte mayor, en esta parte de la grada se percibe
cordialidad, entre periodistas y también con el equipo. No hay
voluntad de ruido, algo poco habitual en estos tiempos que vivimos,
sino de mesura y compresión por las circunstancias. Nadie sensato
reprocha las ausencias, ni tampoco presiona en exceso a las novedades. A pesar de
que a alguno le falte un hervor.
Eso sí, en la pista hay un tipo que manda. Se
llama Marc Gasol, el chavalote ha revertido en auténtico zar, con
las mejores credenciales de anteriores dueños de la zona que
tuvieron ese título. Su poderío es tal, que hasta en Estados Unidos
dieron un premio ajeno para loar sus virtudes. Con el balón arriba y
el brazo extendido no hay nadie que la pueda pillar su trozo del
pastel. Un pívot con batuta es mucho pívot. En otras áreas la
faena esta muy bien servida. Como esta crónica no va de análisis,
sino de sensaciones, habrá que mencionar a uno que parece estar en
permanente estado de comodidad desde hace meses: Sergio Rodríguez.
El canario se mueve por la pista con una soltura que hace innecesario
el cinturón de seguridad que antes había que colocarle y que
terminaba por meterle en atascos de juego. Ahora su juego tiene flow
y encaja a la perfección en los momentos de empanamiento del grupo.
El resto de jugadores tienen calidad, oficio o saber estar. Los hay que incluso tienen esas tres virtudes juntas, como Calderón. Por no hablar de la capacidad de mágia y vista periférica de Ricky Rubio, Rudy o Llull, en según que momentos, o la voluntad de sacrificio de un tipo excepcional como Fernando San Emeterio. Puntualizaciones y gustos al margen, del conjunto, por ahora, sólo se puede hablar bien.
Las sinergias entre el padre y el chico
que vienen a la mesa de Romay, es que entonces como ahora hay un
plantel de nombres propios y colectivos que marcará un tiempo de
nuestro baloncesto. No es poca cosa. Con una liga ACB desfondada
económicamente y precaria de ideas, la selección es la garantía de
que los buenos tiempos del baloncesto tienen pasado reciente, presente equilibrado, futuro prometedor y
memoria compartida. “Al chico le encanta el baloncesto” dice el padre de
Guillermo antes de irse felíces. Razón suficiente para
felicitarnos, ocurra lo que ocurra en Eslovenia. La garantía del producto incluye varios años, por encima de lo que pase en el examen de
septiembre, al que nos presentamos con opciones de nota.
PD: Ilustraciones: Enrique Flores.
PD: Ilustraciones: Enrique Flores.