
Cuadernos de Basket es una revista trimestral de “baloncesto para leer”, una publicación que ha emergido con potencia dentro del amplio mundo de la gente que no sólo le gusta ver el deporte de la canasta sino que también le gusta conocerlo e investigarlo. Desde luego en el primer número han superado la barrera del sonido con un buen puñado de interesantes artículos, en los que uno puede paladear el ambiente de un baloncesto cocinado con cuidado y cariño.
En Cuadernos de Basket quince personas se han dejado los codos en la elaboración de una publicación cuya vocación fundacional atiende a los deseos que tenemos muchos de los lectores apasionados del baloncesto. En la Introducción, a modo de declaración de intenciones, se señala que CdB se propone como una “ofrenda al reposo y una invitación al sillón donde poder tocar con las manos una revista que tiene mucho de libro en su formato y propuesta”, y más adelante añade “es tal vez el tratamiento y extensión de los textos nuestro principal aporte diferencial”.
Sin embargo, como decía Pepe Sánchez en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, “la victoria no está en la ejecución final, sino en cómo armaste la escena”, y en ese sentido a CdB todavía le queda un recorrido -lógico- para que estemos hablando de la publicación definitiva que muchos esperamos. Obviamente yo he devorado el primer número con hambre, recomiendo su lectura y admiro a sus creadores. Pero si hay algo que uno agradece cuando se sienta en el sillón es que el arte final este bien pulido, y en eso todavía cojea CdB.
Lo admito, soy admirador de la sala de corrección de las publicaciones, he visitado periódicos en los que las bandejas de los correctores se saturaban de papeles con subrayados y tachones que volvía en camilla a la sala de redacción. Al contrario que en el mundo digital donde la inmediatez fomenta los errores -pero también facilita las correcciones- en el maravilloso mundo del papel lo escrito permanece, y ahí hay que ser escrupuloso en el cuidado. Una publicación con “propósito de permanencia” debe tener en cuenta estos asuntos, porque el papel y el sillón son más exigentes que la pantalla.

De igual manera la “extensión de los textos” no es garantía de nada y me parece que en ese sentido CdB baila entre textos maravillosamente cuidados y equilibrados y algunos que en su buena voluntad de narrar el todo se marchan por caminos que desvían la atención del lector. No soy de los que crean que cuanto más se escriba necesariamente tenga que ser mejor. Cierto que quizá aquí me ocurre, en parte, que como señalaba Martin Kohan en la charla “mi relación de apego y afecto con la escritura tiene que ver con el lenguaje, no con la trama ni el personaje”. Y es que, por fortuna, no sólo en CdB hablamos de baloncesto, sino también de literatura.
No quiero que esto parezca una crítica malintencionada, al contrario. CdB me parece una bendición. Hay buenos amigos entre el colectivo editor y me declaro admirador de la prosa de la varios de ellos. Las virtudes son evidentes, y este relato es un animo que trata de impulsar una publicación que con un diseño en exceso austero ha surgido para disfrutar gastronómicamente del baloncesto. Porque al fin y al cabo, como señala Pepe Sánchez, cuando uno lee busca la sinergia también con el autor, “un escritor con el que me identifico por su forma de escribir, es Sándor Márai. Cuando leí su primer libro, dije: ‘si yo escribiera, me identificaría con esta forma’”. Si se mejora en la condimentación el resultado será exquisito, y la identificación plena.
Sea como fuere, felicidades a los impulsores.