martes, 8 de enero de 2013

Diagnóstico de una Liga y su fotografía

El pasado domingo una nueva polémica rodeó la cobertura de nuestro baloncesto. En el telediario ni una sola palabra de la jornada de la Liga ACB. Lo señalaba Rudy Fernández en su cuenta de twitter y varios aficionados y periodistas se sumaban al debate. Para algunos el motivo era que la jornada no había finalizado en el momento de la emisión del telediario, argumento algo forzado toda vez que hemos visto jornadas de fútbol reseñadas señalando que en ese momento estaban en juego algunos partidos, con o sin imágenes.


Más allá de esta última anécdota las evidencias apuntan a que el baloncesto en televisión anda totalmente fuera de foco, convertido algo así como el famoso jarrón chino del que hablaban Felipe González o Den Xiaoping hace años, “se sabe que tiene valor pero no se sabe muy bien dónde ponerlo”. El permanente cambio de horario televisivo ha generado mareos y rendiciones de una audiencia a la que le cuesta identificarse con un producto que conoce poco o nada.

Esta falta de sintonía es producto de una mala política de marketing de la propia ACB, atrapada en derivas raquíticas de promoción que se han desinflado antes siquiera de ser burbuja. Si uno entra ahora en la tienda online de la Asociación de Clubes de Baloncesto se encontrará con un armario medio vacío con productos que languidecen a precios nada atractivos. Pensar que cualquier equipo de la NBA tiene roperos mucho más sugerentes, sin publicidad y a menor precio nos puede dar una idea de lo insustancial de la oferta. Tras quince temporadas en la ACB será más fácil ver por la calle la camiseta que vestía Juan Carlos Navarro en Memphis que alguna de las que vistió durante años en el Barça.

Los norteamericanos cuando hablan de negocios comentan eso de “visualizar la gran foto”. Algo que parece, visto desde fuera, ajeno a los dieciocho clubes que componen la ACB. ¿Una tienda online con las equipaciones de todos los equipos? Algunos dirán que no es rentable porque no se venden, algo lógico si es a los precios de auténtica estafa con los que normalmente se proyectan. Hace un año la camiseta de Barça de baloncesto, sin ningún nombre ni número y con una publicidad que parece de un producto contra las hemorroides, costaba 70 euros en unos grandes almacenes de Madrid. Las camisetas de equipos menos lustrosos que Real Madrid y Barcelona tampoco son a precios atractivos al capricho ocasional. Hay que ser muy fan para pillarlas.


Lógicamente no es este asunto el que resta protagonismo mediático al baloncesto ACB, ni mucho menos. Hace poco en Barcelona dos compañeros de la prensa que cubren informaciones de basket me comentaban las dificultades que supone seguir al Barça, en el club catalán “piensan más en la comodidad de los jugadores que en los periodistas” señalaban. Brillante razonamiento el de los encargados de la sección. Quizá alguno piense que la táctica de la incomodidad hacia el difusor es perfecta para generar adhesiones, seguidores y aficionados. Desde luego no lo parece. En la NBA uno se mete hasta la cocina y todo son facilidades hacia los periodistas. Desde la seriedad, la empatía y la lógica productiva para todos. Ocurrió en el partido entre USA y la selección española celebrado en julio pasado en el Palau Sant Jordi. Un periodista habitual del fútbol, tras hablar con Kobe Bryant en la misma pista de entrenamiento, decía: “qué gozada trabajar así, que tipo más cercano”. Cercanía o lejanía por obligación y destreza. Nada es espontáneo. En eso la FEB funciona muy bien.

TVE machaca una fórmula con nuestro baloncesto. No sé cuantas medallas después sigue sin funcionar. Ni frío ni calor. El grabar desde un estudio no ayuda, pero tampoco es el único problema. Este año Iturriaga y Manel Comas, en mi opinión dos excentes comunicadores con perfil propio, lo están haciendo muy bien, pero falta algo para redondear el quinteto. Quizá un director de juego con mucho manejo y alguien que la hunda de vez en cuando, quizá recurrir al valioso archivo de RTVE y preparar recursos para los partidos. No lo sé y no seré yo quién diga lo que hay que hacer ahí. Pero parece que algo no termina de encajar.

Quizá en estos tiempos que vivimos, no pasa nada por citar lo que se oye, aunque sea un Palau que cada diez minutos canta 'independençia' jugando contra el Real Madrid. Al televidente no le importa que se nos muestre el paisaje, por muy incómodo que pueda parecer. A nadie nos produjo un trauma saber que cuando se jugaba en Grecia en los '80 los ultras gritaban “españoles vais a morir” o cosas por el estilo. Tampoco por ver que hay un sentimiento mayoritariamente nacionalista en una grada o que en Murcia piden agua.


Se dice mucho: “La calidad de nuestro baloncesto no se mide por las audiencias”. Estamos de acuerdo. Pero la vocación de la ACB no es ser una Coordinadora de ONG's, sino hacer negocio con el baloncesto profesional a la vez que se extiende socialmente nuestro deporte. Algo bueno para todos, para los que están por lo primero y para los que nos complace más lo segundo. Felipe López miembro de la especie de ONG con fines lucrativos que tiene Mr. Stern llamada NBA Cares señalaba en una entrevista que le hice para ACB.com: “Antes de la temporada cada jugador tiene en el contrato un número de visitas que debe realizar dentro del trabajo para la comunidad, porque cada franquicia tiene asignadas las visitas y trabajos que deben hacer con NBA Cares a lo largo de la temporada. Es parte de lo que supone estar en la NBA. Es bueno para todos, porque además muchas de las compañías y patrocinadores que están ligadas a la NBA quieren ver este tipo de intervenciones sociales, porque también favorece a sus intereses e imagen”.

Para reconstruir una cancha o plantar árboles en una comunidad desfavorecida a veces van jugadores de distintos equipos. Allí actúan en nombre de la NBA. La gente de esas zonas entabla una relación con los jugadores. Eso sale en la tele. Al que vende millones de refrescos con la cara de un jugador le interesa que este plante arbolitos y salga por la tele, porque beneficia su imagen. Quizá el padre que fue con su hijo, también para ayudar, le prometa que un día van al campo a verle. Y compren entradas. Y camisetas. Y se vendan refrescos. O quizá no tienen dinero para un ticket, pero les apetece ver ahora a ese jugador en el que no habían reparado y, aunque pasaban del baloncesto hasta ese momento, les apetece ver un partido de ese tío alto por la tele. Y se enganchan.


Ahora hagamos la españolización de la misma secuencia. Un grupo de jugadores de distintos equipos van a hacer obra social al más puro estilo anuncio Actitud Azul. Actúan en nombre de la ACB o Liga Endesa, como se prefiera. La gente pilla cercanía con ellos. No es un anuncio y sale en el telediario. Al que vende biofrutas y a la compañía de teléfonos móviles les viene de perlas porque esos jugadores también salen en su anuncio (aunque sea con camisetas de otras temporadas y equipos). A partir de ahí el resto es evidente. Pero sí ni son accesibles, ni se ven sus camisetas, ni se proyecta con cierta tensión, es complicado. Muchos más si cuando se puede ver por la tele es un domingo por la mañana, horario natural de paternidades soleadas con cañita, periódico y el niño correteando por la acera, o mejor, jugando al basket en El Internado.

Incluso sorteando esos obstáculos no se evitaran otros problemas. Por ejemplo, entender lo que pasa en el campo. Lo cuenta Alonso de Palencia en el último número de la Revista Tú al Ramiro Yo a Badalona, al hilo de un artículo narrando un canastón antológico de David Russell cuando era jugador de la Penya. Los comentaristas del encuentro hacían pedagogía del reglamento. Cierto que entonces este deporte era casi un descubrimiento para buena parte de la sociedad de la época, pero ahora el analfabetismo social alrededor del baloncesto FIBA es mayúsculo.


La necesidad de igualar las reglas a las de la NBA me parece perentoria. Al margen de sesudos análisis tácticos, la evidencia es que no tiene mucha lógica que un mismo deporte se juegue de manera distinta a nivél profesional. No pasa nada por rebajarse un poco la flema, la gran referencia para el público social del baloncesto está al otro lado del atlántico. Por no hablar del concepto de mercado global. El resto de nuestros baloncestos pueden seguir con la misma normativa, porque eso genera un tipo de jugador muy técnico, precisamente algo cada vez más valorado en la NBA. De esos que incluso pueden plantar arbolitos aquí y allí. A partir de ese acuerdo ya nos encargamos entre todos los que tenemos relación con este deporte de alfabetizar a las masas, al más puro estilo Movimiento 26 de Julio si hace falta.

Sería difícil de comprender una deriva colectiva hacia el conformismo cuando hay resultados de la selección; excelentes jugadores; buena organización; un torneo brutal como la Copa; pabellones de lujo con buena entrada; un montón de gente con todo tipo de publicaciones, muy activos en las redes sociales alrededor del deporte de la canasta... Lo decían perfectamente el otro día Comas e Itu, esto es ocio de masas. Habrá que jugar el día de navidad -al fin y al cabo la vida del deportista no es tan larga-, vestirse de reyes magos, construir una cancha en La Cañada Real y poner horarios de televisión decentes. Con lógica colectiva, con los dieciocho clubes, con la Asociación de Jugadores y con todos los que vamos detrás.

Lo que no quita un ápice para que algunos prefiramos recogernos en el disfrute del BA-LON-CES-TO más minoritario, ese que se ve un fin de semana en un pabellón gélido con cuatro más en la grada, con un reglamento que beneficia más la formación que el espectáculo y sin la tontería de tirar los tapones de las botellas a la entrada de los pabellones por culpa de la Ley del Deporte. Un plan que, por cierto, a mí me suena incluso mejor que el de “la gran fotografía”.

PD: Ya habrá tiempo de fliparse con la ACB League Pass.