Ya se puede comprar en librerías mi último libro:
Altísimo. Un viaje con Fernando Romay (Ediciones Turpial). Una propuesta que va más allá del personaje, para hablar también de un tiempo muy especial dentro y fuera de las canchas en el que el pívot del
Real Madrid y la selección fue protagonista destacado. Para aquellos que lo quieran pedir por correo os dejo
este enlace para comprarlo. A continuación presento un texto que he publicado en el
Espacio Liga Endesa alrededor de Fernando Romay, con motivo del libro, espero que os guste.
Con
14 años Fernando Romay llegó a la Estación Norte de Madrid. Era el
mes de julio de 1974, hacia calor y los tiempos sociales dentro y
fuera de las canchas estaban en plena ebullición. Fernando venía
desde Coruña, no había jugado un solo partido de baloncesto y sus
perspectivas de futuro eran inciertas. Venía a probar con el Real
Madrid. En el Pabellón de la Ciudad Deportiva vio desfilar a Pedro
Ferrándiz, Wayne Brabender, Walter Szczerbiak,
Emiliano, Clifford Luyk, Cabrera y Juanito Corbalán, entre otros. No
sabía que se quedaría tanto tiempo en el Real Madrid, casi 20 años,
no tenía zapatillas de su pie, un 56, y se entrenó con unas John
Smith a las que había recortado la puntera de goma y de las que
sobresalían los dedos de su pie.
A
mediados de la década de los setenta era complicado encontrar
jugadores que sobrepasaran los dos metros en España. Fernando Romay
llegaba a los 2'13 y era el pívot que le faltaba a la selección
española y al Real Madrid para hacer sombra a jugadores como
Vladimir Tkachenko,
Alexander Belosteny o Dino Meneghin. Si algo le faltaba al baloncesto
español de aquellos tiempos era precisamente centímetros. Fernando
tenía unos cuantos. Sólo había que ponerlos a funcionar para
beneficio del baloncesto. Y lo hizo, con mucho esfuerzo y dedicación.
Fernando
Romay compartió mesa, mantel y títulos, durante su trayectoria como
jugador del Real Madrid, con jugadores como Mirza Delibasic, Wayne
Robinson, Fernando Martín, Juanma Iturriaga, Drazen Petrovic o
Arvydas Sabonis. Casi siempre con Lolo Sáinz en el banquillo. Se
peleó en las zonas de canchas situadas en Yugoslavia, Italia,
Turquía o la Unión Soviética donde el ambiente podía ser de frío
extremo o temperatura abrasiva. El palmarés lo dice todo: siete
títulos de Liga ACB, cinco Copas del Rey, dos Copas de Europa, tres
Recopas, una Copa Korac, dos Copas Intercontinentales y un Campeonato
Mundial de Clubs. También bregó contra uno de los mejores equipos
que planteó el Barça de baloncesto, aquél en el que jugaban Nacho
Solozábal, Juan Antonio San Epifanio, Chicho Sibilio, Andrés
Jiménez o el incombustible -hasta que sus rodillas empezaron a
flojear- Audie Norris, por citar a algunos.
En
aquellos años de parquét oscuro y grada furiosa, los pívots tenían
atribuciones diferentes a las actuales. Hasta 1984 no llegó la línea
de tres puntos que empezó a abrir espacios en el campo. Hasta
entonces a los jugadores altos se les pedía en ataque recibir
arriba, girar y encestar. Como mucho un bote o dos. En defensa hacían
la función de portero-delantero,
despejar y luego correr al otro campo. En un derbi contra el
Estudiantes en 1986, Luis Gómez contaba en las páginas del diario
El País:
“Empeñado el Estudiantes en jugar más cerca de la canasta, se
encontró con el largo manotazo de Romay, guardameta del aro que
paraba a taponazos todo balón que volaba por el aire. Lo hizo en
cinco ocasiones consecutivas para frustrar el final de infarto”.
Pero
Fernando Romay fue también protagonista de una de las grandes
fotografías de la historia de nuestro baloncesto. Aquella que se
hizo para mayor gloria de varias generaciones el 24 de agosto de 1984
en el Forum de Inglewood en Los Ángeles. En la final contra Estados
Unidos estaban:
Fernando
Arcega, José Manuel Beirán, Juan Antonio Corbalán, Juan Domingo de
la Cruz, Andrés Jiménez, José Luis Llorente, Juan Manuel López
Iturriaga, Jospep María Margall, Fernando Martín, Juan Antonio San
Epifanio, Ignacio Solozábal y Fernando Romay. Una madrugada en la
que muchos descubrimos a un jovencito que luego rompería los límites
de la gravedad, del tiempo, del suspense y de la lógica: Michael
Jordan. Precisamente, al mejor jugador de todos los tiempos, Romay le
puso un gorro del que apenás reparamos en su momento porque
estábamos abducidos por un ambiente y un baloncesto que nos parecía
ciencia ficción. Aquella noche, aquél tiempo de la selección, no
se podría entender sin uno de los protagonistas indispensables para
entender la penetración del baloncesto en nuestro país: Antonio
Díaz-Miguel.
En
el viaje que Fernando Romay recorrió a pie de cancha desde 1974
hasta 1995 son muchos los protagonista que compartieron trayecto. La
mayoría aparecen en el libro Altísimo.
Un viaje con Fernando Romay
que he publicado con Ediciones Turpial. No es un libro sobre
Fernando, es un libro con
Fernando. En esa aventura que salió de la estación de Gaiteira en
Coruña, poco después de que el Real Madrid llamara a su casa
preguntando por un chaval del que le habían llegado referencias
difusas -pero con la certeza de que era altísimo- pasaron muchas
cosas. Si hacemos una proyección retrospectiva, podremos ver la
final de la Copa de Europa en Berlín Occidental en 1980; la plata en
el Eurobasket de 1983 en Nantes con la selección; la marcha de
Fernando Martín a la NBA, su regreso y dramático fallecimiento; la
llegada del odiado
Drazen Petrovic; el partido contra los Celtics en el Palacio en 1988;
el posterior aterrizaje de El
Zar
multiusos Arvydas Sabonis; la salida del club blanco para ir a jugar
con el OAR Ferrol y más tarde con el CAI Zaragoza. En el repaso a la
historia reciente de nuestro baloncesto, Fernando Romay es uno de sus
protagonistas indiscutibles.
En
el libro se recoge todo el ambiente que el vivió dentro de la
cancha, pero también el que vivimos el resto de los ciudadanos fuera
de los pabellones. En aquél país que pasó de vivir en blanco y
negro a incorporar progresivamente el color. De tener dos canales de
televisión a una variedad más que considerable. De ver la NBA como
si fuera otro deporte remotamente parecido al nuestro, a tener allí
a algunos de los que más camisetas venden. Del Telón
de Acero
y el enfrentamiento de bloques a la globalización. De los teletipos
de prensa a última hora a los tuits
y retuits.
En el manuscrito hay muchos protagonismos compartidos. Uno puede ser
los jugadores que desfilan en los paisajes del baloncesto que se
cuentan alrededor de Fernando Romay, otro podría ser las evoluciones
sociales que se vivieron y otro, también, es la figura de los
periodistas deportivos que contaron todo esto: Pedro Barthe, Andrés
Montes, Ramón Trecet o J.J. Brotons, por citar solo a algunos pocos
de los que aparecen en el relato.
También
sale referida su vida después de ocupar un lugar importante en el
poste bajo, que continúa -como no podía ser de otra manera- ligada
al baloncesto a través de la Federación Española de Baloncesto
(FEB), también su relación con la televisión y la comunicación,
además de otras circunstancias. Con prólogo de Juanma Iturriaga y
epílogo de Paco Torres, Altísimo.
Un viaje con Fernando Romay
es una propuesta colectiva para mirar con atención el espejo
retrovisor de un tiempo de baloncesto necesario para entender el
momento actual que vivimos, plagado de buenas noticias y títulos.
Para entender ese desarrollo, es necesario fijar la vista en la
historia de Fernando Romay, que como otros jugadores de aquellos
tiempos de transiciones ayudaron decisivamente a encontrarnos donde
estamos ahora. No es poco, al contrario, es muchísimo. Disfruten del
viaje.
PD: Dejo algunos enlaces de entrevistas alrededor del libro: